Lolita (trad. Francesc Roca) by Vladimir Nabokov

Lolita (trad. Francesc Roca) by Vladimir Nabokov

autor:Vladimir Nabokov [Nabokov, Vladimir]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Erótico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1954-12-31T16:00:00+00:00


3

Lolita había entrado en mi mundo, en la sombría y misteriosa Humberlandia, con violenta curiosidad, y lo había inspeccionado con una mueca de divertido disgusto, pero para aquel entonces me parecía que estaba dispuesta a marcharse de él con un sentimiento muy similar a la franca repulsión. Nunca vibraba bajo mis caricias, y un estridente «¡Qué haces!» era cuanto obtenían mis esfuerzos. Al país maravilloso que le ofrecía, prefería la película más estúpida, el relato más empalagoso. No hay nada más atrozmente cruel que un niño que se sabe adorado. ¡Y pensar que si tenía que elegir entre una hamburguesa y la volcánica manifestación de mi pasión, invariablemente, con gélida precisión, prefería aquélla! ¿Recuerdan la granja en la que me desayuné hace unos instantes? No les he dicho su nombre, ¿verdad? ¡Pues era, ni más ni menos, La Reina Frígida! Sonriendo con cierta tristeza, apodé a Lo mi Princesa Frígida. No comprendió esa melancólica broma.

No frunzas el ceño, lector; no quiero dar la impresión de que no conseguí ser feliz. El lector debe comprender que, dueño y señor de una nínfula, el encantado viajero está, por así decirlo, más allá de la felicidad. Pues no hay en la tierra dicha comparable a la de magrear a una nínfula. Es una dicha hors concours, pertenece a una categoría distinta, a otro plano de sensibilidad. A pesar de nuestros rifirrafes, a pesar de su malhumor, a pesar de todos sus aspavientos y sus muecas, y a pesar de la vulgaridad, el peligro y la tremenda inanidad de todo aquello continuaba sintiéndome a gusto en el paraíso que había elegido; un paraíso cuyos cielos tenían el color de las llamas infernales, pero, con todo, un paraíso.

El capacitado psiquiatra que estudia mi caso —sumido por el doctor Humbert a estas alturas, confío, en un estado de fascinación leporina (es decir, hipnotizado igual que un conejo por una serpiente)—, sin duda, estará ansioso por saber si llevé o no a Lolita junto al mar para encontrar allí, por fin, la «gratificación» de una necesidad que había sentido durante toda mi vida y liberarme, así, de la obsesión «subconsciente» de un romance infantil con la nínfula primigenia, la señorita Lee.[22]

Y bien, camarada, permíteme decirte que busqué una playa, aunque también debo confesar que, cuando llegamos al espejismo de su agua gris, mi compañera de viaje me había «gratificado» ya con tantos deleites que la consecución de un reino junto al mar, una Riviera sublimada, o lo que fuere, lejos de ser el impulso del subconsciente, se había convertido en la búsqueda racional de una emoción puramente teórica. Los ángeles lo sabían, y dispusieron las cosas del modo adecuado. Una visita a una ensenada plausible en la costa atlántica fue completamente frustrada por el mal tiempo. Un cielo húmedo y cargado, olas fangosas, una niebla que parecía infinita, pero que, no sé por qué, resultaba muy concreta… ¿Qué podía estar más alejado de la vivacidad, la maravillosa atmósfera y la alegre espontaneidad de mi romance en la



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